Lo que podemos aprender del Covid-19

Da la impresión de que no estábamos preparados, ni muchos menos, para una pandemia de estas proporciones y con tal velocidad de propagación. La subestimaron cuando apareció. Hay esperanza de que podamos superarla, al menos en su dimensión sanitaria, como demuestra el hecho de que China y Corea parece que han conseguido doblegar el contagio, aunque habrá que ver con que consecuencias.

Ahora sabemos que lo único que funciona para detener la propagación es el aislamiento social. Así hicieron China y Corea con métodos diferentes. Además de hacer pruebas a todo el mundo al menor síntoma. Invirtiendo masivamente desde el principio en material sanitario. En el Estado español, en Euskadi también, no se pudieron hacer pruebas a todos y a todas simplemente porque no había instrumental suficiente. Ahora parece que se va a hacer, al menor síntoma. Claro que sólo nos veremos libres de esta pandemia cuando tengamos fármacos de ralentización del contagio y, después, una vacuna eficaz.

Ahora nos damos cuenta más que nunca, de la importancia de la ciencia y la tecnología para protegernos como especie de los desastres que se han generado. Porque la difusión masiva de un virus originado en un mercado de una ciudad china no puede entenderse sin la globalización descontrolada en la que se basa nuestro sistema económico y nuestra forma de vida.

Estas nuevas enfermedades -no solo el coronavirus y el SARS, sino también el sida, el ébola y el Marburgo- no aparecen en los seres humanos de forma espontánea. Son enfermedades de animales (las llamadas zoonosis) que saltan de un portador animal a los humanos. Y no proceden de animales muy diferentes a nosotros, como los peces y las gambas -a pesar de que tenemos mucho contacto con ellos-, sino, sobre todo, de otros mamíferos, nuestros parientes más cercanos.

Diferentes indicios señalan que el sacrificio y consumo de animales salvajes, incluso protegidos, en los llamados mercados húmedos de China, sin ningún tipo de higiene, ni medidas sanitarias fue una de las causas de la aparición y diseminación del virus. Sin duda, cerrar los mercados insalubres de especies protegidas en todo el mundo, empezando por China, sería lo acertado para disminuir la probabilidad de nuevos brotes de coronavirus, pero también para proteger la biodiversidad y frenar la deforestación.

Muchos han muerto y otros morirán por culpa de la enfermedad del COVID-19. Si una muerte ya es algo dramático, una pandemia es algo muy triste. Pero este episodio nos deja unas cuantas lecciones que podemos aprender del Convid-19, aunque tiempo habrá de hacerlo con más profusión.

Hemos sufrido en tan solo unas horas la fragilidad de un modelo que nos obliga a estar confinados en nuestros hogares, renunciar a nuestra movilidad, repensar el modelo de trabajo y a revisar las cadenas de producción de las fábricas y de nuestra alimentación. La urgencia y la alarma se han extendido, pero a la vez han brotado acciones muy importantes de la ciudadanía, de colaboración y de solidaridad, sobre todo del personal sanitario, de limpieza y desinfección, así como de trabajadores y trabajadoras de tiendas, supermercados, transportistas, etcétera, exponiendo sus propias vidas y la de sus familias. Merece mencionar también la contribución de las redes sociales y de algunos medios de comunicación en la difusión de las buenas prácticas contra el coronavirus, así como de distintas redes de solidaridad y apoyo que se han creado y la labor de otros agentes sociales. La respuesta de la ciudadanía está siendo ejemplar.

Es necesario rescatar la solidaridad y debemos potenciarla para que la conciencia de equipo y el bien común estén por encima de intereses particulares. El coranovirus nos ha servido para darnos cuenta de la calidad humana de muchas personas y colectivos, anteriormente citados.

Otra cuestión a reseñar, es la importancia de tomar decisiones basadas en el conocimiento científico, al servicio de la ciudadanía y crítico para responder a las problemáticas sociales. Las decisiones en un asunto trascendental tienen que estar basadas en datos contrastados, hechos reales, evidencias empíricas o, cuando menos, en la mejor ciencia disponible en el momento.

Asimismo, nos hemos dado cuenta estos días de que la sanidad pública es fundamental para sentirnos seguros y seguras y saber que encontramos soluciones para todas las personas en un sistema bien dotado, firme y capaz de actuar en momentos de alarma. La sanidad pública será más eficaz si cuenta con un buen sistema de protección social que, por ejemplo, facilite a todas las familias el cuidado de los dependientes, destinando más recursos a quienes menos medios tienen; con una educación pública que actúe como engranaje de lo anterior; y con medidas de protección económica que permitan a todo el mundo mantener el confinamiento sin garantías de caer en la ruina.

Por otra parte, resolver los problemas a tiempo tiene ventajas respecto a dejarlos para el final. Los problemas ambientales ya son demasiado graves y tenemos un amplio abanico de soluciones que tenemos que aplicar urgentemente.

Estos días han aparecido informaciones en que la crisis del coronavirus está permitiendo que haya una caída de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático, y que, de prolongarse, los expertos pronostican todavía mayores bajadas.

Sin duda, los combustibles fósiles -principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero- continúan siendo el motor que mueve la economía mundial. Y si la economía para, como ha ocurrido ya en China y en Italia con esas medidas de contención, cae el consumo de energías fósiles y, por lo tanto, también disminuyen los gases de efecto invernadero que se expulsan a la atmósfera.

La clave es hasta ahora China. Porque es donde empezó la epidemia y porque acumula más de un 25% de las emisiones globales. Un artículo publicado en el medio especializado británico Carbon Brief calculaba una reducción de un cuarto de las emisiones durante el mes de febrero en China. Pero el mismo análisis advierte de que se trata de una caída temporal, y plantea la duda de si ese descenso será compensado o revertido con la respuesta que el Gobierno chino ofrezca a esta crisis.

En efecto, hay que tener en cuenta el llamado efecto rebote en las emisiones, que es muy bien conocido. Analizando otras crisis, las grandes caídas del dióxido han coincidido con los periodos de crisis. Así, por ejemplo, en la recesión global de 2008 se apreció una reducción mundial del 1% de las emisiones de dióxido de carbono, pero se recuperaron al siguiente año y el crecimiento durante los dos años que siguieron a la crisis fue excepcionalmente alto debido a los estímulos económicos que se aprobaron para hacer crecer la producción y la demanda. Por lo tanto, una conclusión clara desde el punto de vista de la lucha contra el cambio climático, debería ser el aprovechar esta crisis para no reactivar la economía como la teníamos hasta ahora. No debería sobreestimarse el efecto de la epidemia en la reducción de las emisiones mundiales, ni permitir ahora que la crisis del coronavirus se utilice de excusa para retrasar las políticas de transición ecológica.

Se ha dejado pasar semanas en la lucha contra el COV19 en Euskadi y en el resto del Estado español por referirnos a la situación de aquí, pero bastantes años en la del cambio climático, sin actuar, con el enorme coste que ello conlleva y cuyas consecuencias ya estamos sufriendo. El último informe, el de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) sobre el estado mundial del clima en 2019, detalla con datos muy recientes “el aumento de las temperaturas, de los fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, sequías, incendios y olas de calor además de la reducción del hielo, aumento del nivel del mar y acidificación de los océanos, junto con una disminución de la cantidad de oxígeno en los mares y pérdida de biodiversidad, de bosques primigenios, etcétera, detallados en otros informes, que marcan inequívocamente la necesidad de actuar de una forma rápida y contundente.

Frente a la emergencia climática, nuestra seguridad pasa por tener la certeza de que podemos adaptar nuestras formas de vida a sus impactos, que llegan en pérdida de medios de vida; cosechas; desastres mal llamados naturales como inundaciones, sequías, huracanes, lluvias torrenciales …, deterioro de la salud, etcétera.

La seguridad humana debe estar garantizada en modelos de progreso y convivencia que respeten los límites planetarios. No hay seguridad posible en un mundo que se siga calentando más allá de 1,5ºC, respecto a los niveles preindustriales.

No parece pues que, en el ámbito global, la crisis climática y la pandemia actual sean tan distintas entre sí. Hay demasiadas similitudes y pocas diferencias. Sin embargo, mientras la respuesta al coronavirus está siendo contundente, con medidas drásticas que afectan a toda la sociedad, la respuesta a la crisis climática, aunque también es urgente, se sigue postergando o condicionando a intereses económicos o políticos cortoplacistas.

Para evitar un cambio climático de graves consecuencias, se necesita actuar con decisión y urgencia, antes de que sea tarde. Las medidas que se necesitan contra el cambio climático no deberían levantarse sobre medidas de contención y defensivas, sino sobre medidas de precaución y cambios radicales en el modelo de producción y consumo.

Pase lo que pase con el coronavirus, algunas medidas tomadas deberían mantenerse. La primera letra erre de la ley de las tres erres es REDUCIR: reducir la producción, reducir el consumo, reducir la contaminación, reducir los viajes, reducir las horas de trabajo, etcétera. Y también podríamos probar qué tal nos va con lo pequeño, lo cercano y lo lento.

Julen Rekondo, experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodista Ambiental de Euskadi 2019.

 

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