El ecofeminismo ante la crisis social, ambiental y patriarcal

JONE MARTINEZ e IÑAKI BARCENA.
Grupo de Investigación Parte Hartuz. Dpto. Ciencia Política  UPV-EHU

“¿Por qué el ébola mata más a las mujeres?” Se preguntaba Ana Álvarez en el periódico Diagonal (18/09/2014). La misma redactora respondía que la división genérica del trabajo y la ética del cuidado con la que muchas mujeres gestionan los asuntos de lo cotidiano hace que en Liberia, por ejemplo, las autoridades sanitarias advirtieran que el 75% de las personas fallecidas a causa del ébola eran mujeres. Este es sólo un ejemplo, de entre muchos, que ilustran las dominaciones gemelas que sufren las mujeres y la naturaleza en un mundo organizado en base a un sistema sexo- género con dominación masculina.
En su conocida obra Filosofías ecofeministas (2000) la pensadora estadounidense Karen Warren identificaba ocho posibles conexiones entre mujeres y naturaleza: la histórica- causal, la conceptual, la empírica y de la experiencia, la epistemológica, la simbólica, la ética, la teorética y la política. El ejemplo con el que iniciamos esta reflexión constituye una muestra de conexión empírica y de la experiencia entre mujeres y naturaleza. Es sabido que productos tóxicos, bacterias o pesticidas, afectan de manera especial a mujeres y a niños/as por encontrarse en contacto directo con éstos debido al rol, que por su sexo se les ha atribuido (división genérica del trabajo). Muchas feministas utilizan estos datos de tipo empírico para ilustrar la posición subalterna que tienen naturaleza y mujeres en un sistema de dominación masculina. Estas feministas verían necesaria una unión entre ambas: mujeres y naturaleza para lograr una distribución igualitaria del poder en las sociedades. Estas feministas son: ecofeministas.
La primera vez que (se sepa) se usó el término ecofeminismo, fue en 1974 de la pluma de Françoise d’Eaubonne que en Le féminisme ou la mort teorizaba sobre el hecho de que el sistema patriarcal no sólo consistía en una dominación del hombre y lo masculino sobre la mujer y lo femenino, sino que este ancestral sistema de organizar las relaciones sociales y el poder también suponía una dominación del hombre sobre la naturaleza. Por consiguiente: mujeres y naturaleza han de unirse. ¿Pero cómo?
Desde que d’Eaubonne nombrara la noción son muchas las propuestas que han surgido a lo largo y ancho del planeta para establecer y conceptualizar ese vínculo. La cartografía del ecofeminismo es hoy amplia y fértil.
Aun a riesgo de simplificar la riqueza del pensamiento y práctica de esta teoría crítica es posible diferenciar dos maneras de entender la conexión entre mujeres y naturaleza. Podríamos hablar de: ecofeminismo clásico y ecofeminismo constructivista. Dentro del primero, encontramos a su vez dos grandes miradas: la esencialista y la espiritualista.
Podemos decir que el ecofeminismo esencialista es una evolución del feminismo cultural, que considera que existe una cultura femenina bondadosa y una masculina que ha llevado al mundo a la crisis que hoy conocemos. Autoras como Mary Daly defienden que mujeres y naturaleza están unidas en esencia. La razón entre esta unión se explica a través de argumentos esencialistas mediante los cuales se reivindica y ensalza la figura de la mujer como bondadosa y pura. La mujer y la naturaleza comparten una cualidad que los hombres no poseen: la capacidad de poder ser dos. La maternidad, el hecho de poder alumbrar (frutos o nuevos seres) hace, según estas pensadoras que las mujeres tengan una mirada del mundo distinta a la del hombre. Mientras que las mujeres se han especializado en dar vida, los hombres, lo han hecho tradicionalmente en quitarla (participando y organizando guerras). Esta diferencia de tipo biológica y posteriormente esencializada explicaría la mirada general y las propuestas de este primer tipo de ecofeminismo. Apuntamos que ha sido ampliamente criticado por las feministas constructivistas que argumentan que este esencialismo reafirma las dicotomías a través de las que se organiza el sistema de dominación masculino: razón- economía- público- hombre Vs. Emoción- naturaleza- privado- mujeres.
Un segundo tipo de ecofeminismo lo encontramos en el ecofeminismo espiritual. Se trata de una forma de vivir el vínculo entre mujeres y naturaleza a partir del ritualismo y prácticas culturales ancestrales fundamentalmente llevado a cabo en los países del Sur del mundo: América Latina, India o África. La conocida pensadora Vandana Shiva constituye uno de los mayores exponentes de éste. Según Shiva la Tierra está viva y es un ser sagrado. El pensamiento productivista y el patriarcado habrían distorsionado esa figura de la naturaleza como “ser sagrado” reemplazándola por otro según el cual el planeta tierra se convierte en fuente de extracción ilimitada de bienes para la producción. En esa transformación de lo sagrado a lo comercializable, mujeres y naturaleza devienen objetos de consumo. Objetos de explotación. El ecofeminismo de Shiva buscaría poner “el buen vivir” para todos los seres humanos en el centro de la política, empresa en la que la estratégica alianza entre mujeres y naturaleza (por la posición subalterna) es considerada vital.
Finalmente, podemos hablar de otro tipo de ecofeminismo (a veces autodenominado feminismo ecológico para diferenciarse del esencialismo), tal vez, el más practicado en los países occidentales: el ecofeminismo constructivista. La obra de la economista india Bina Agarwal ejemplifica bien la forma en la que el constructivismo une mujeres y naturaleza. Muy contrariamente al esencialismo, estas autoras van a defender que la dicotomía por la que el patriarcado organiza el mundo no se explica a partir de una esencia sino a partir de una distribución socialmente construida de los procesos. Que las mujeres se dediquen en gran parte del planeta a labores de cuidado no se explica a través de un gen innato que hace de las mujeres mejores seres en los cuidados que los hombres, sino que se explica a través de una serie de procesos socio- históricos que han posibilitado distribuir de forma desequilibrada los roles, los espacios, el poder y los tiempos de hombres y mujeres. A pesar de todo, la especialización de las mujeres en las tareas del hogar y el vínculo con el entorno es construido pero es, lo que hace que estas ecofeministas también coincidan en el diagnóstico que se encuentra en la base de esta práctica y pensamiento: mujeres y naturaleza comparten una posición subalterna en los sistemas patriarcales y la alianza de ambas es estratégica para la desactivación progresiva de la dominación masculina.

El feminismo fue definido como el hijo no querido del liberalismo y de la Ilustración  por la filósofa Amelia  Valcárcel. En palabras de las ecofeminsitas  Marta Pascual y Yayo Herrero el feminismo se dio pronto cuenta de cómo la naturalización de la mujer era una herramienta para legitimar el patriarcado. El ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización” (construcción de una nueva cultura) que convierte en visible la ecodependencia para mujeres y hombres. No hay reino de la libertad que no deba atravesar el reino de la necesidad. No hay reino de la sostenibilidad si no se asume la equidad de género.
Así el ecofeminismo es un vi(r)aje ideológico o acercamiento del movimiento feminista al ecologismo y no al revés. No ha nacido como una corriente medioambiental más en el seno del pluralista movimiento ecologista sino como una respuesta a la crisis de civilización y a la crisis ecológica que hace de las mujeres sus principales desplazadas y agredidas.
Carolyn Merchant en su artículo “Ecofeminism and Feminist Theory” divide las corrientes políticas ecofeministas en tres líneas o tendencias, la liberal, la radical y la socialista o social que mete en el mismo saco. Y explica que si para las ecofeministas radicales la naturaleza humana se funda en la biología humana para las ecofeministas socialistas tanto la naturaleza, como la naturaleza  humana son construcciones sociales e históricas. El materialismo y no el espiritualismo es el motor del cambio social, por eso luchan, en muchas ocasiones junto a las ecofeministas radicales, aunque su objetivo es resocializar a hombres y mujeres en formas de vida no-sexistas, no-racistas, no violentas y antiimperialistas.
La socióloga asutraliana Ariel Salleh plantea que a cierto nivel de abstracción el ecofeminismo es paralelo al ecosocialismo y también su complementario, mientras que una formulación coherente del ecosocialismo debe incluir el análisis ecofeminista. Este es el punto que compartimos y que nos intereresa. Salleh apunta que el ecofeminismo no debe ser atacado de neorromántico y que no es subsumible en la Ecología Profunda, aunque comparte su proyecto de “deshacer el artificio ideológico que separa la humanidad de la naturaleza”,  proyecto que el propio ecosocialismo debe emprender ya que la crisis ecológica nos ha traído la necesidad de entender cuáles son las conexiones entre humanidad y naturaleza.  En palabras  suyas: “Las mujeres que crian niños en las barriadas de Brasil saben bien que éste es un hecho económico. Pero los políticos no pueden despreciar lo “biológico”, pues ese desprecio es lo que lleva al capitalismo patriarcal de Occidente a un callejón sin salida ecológica, haciendo necesaria una teoría ecosocialista”.
Muchas mujeres pasaron buena parte de los años 70 y 80 del siglo pasado tratando que sus hermanos socialistas reformularan las categorías del marxismo teniendo en cuenta las cuestiones de género. En los años 90 las discusiones entre ecosocialistas y ecofeministas volvían a repetir esta vieja historia. Esperemos que el ecofeminismo socialista sea la expresión ideológica de la superación de este desencuentro histórico.
Quisieramos  terminar con un pequeño texto de la profesora anglosajona Mary Mellor leído en una conferencia ecosocialista en California en 1997 y transcrito en “El socialismo verde y feminista: La teoría y la práctica” ( Ecología Política nº 14, 1997) que recoge plenamente el sentido que queremos dar al ecofeminismo: “El ecofeminismo materialista alcanza más allá del “mercado”, al añadir al materialismo histórico marxista y a su crítica del capitalismo, el análisis de la división sexual del trabajo y de los límites ecológicos de la (re)producción. Desde la perspectiva del materialismo profundo, es tan importante desafiar al capitalismo en las luchas sobre el derecho a una subsistencia ecológicamente sostenible como en las luchas sobre la producción. Hay que reconocer que si no frenamos el consumismo en el mercado (cuyo aumento es el principal ingrediente de la política en el Norte), entonces la marginación del trabajo de las mujeres, la destrucción del planeta y de las vidas de los pueblos del Sur, no cesarán”

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